Presentación

LA NATURALEZA ÍNTIMA DE LA VIDA

Ernst Saemisch (1902-1984)

Nacido en Alemania y criado en las montañas de Friburgo, Saemisch observa muy pronto las expresiones vivas de la naturaleza y la potencia expresiva de los bosques. De niño, en el hogar paterno, traba íntima amistad con los grandes científicos Fritz Haber, Walther Nernst, Werner Heisenberg y Albert Einstein, con quien comparte el placer de esquiar en la nieve; este encuentro temprano con el pensamiento científico tiene un impacto determinante en su obra. En su juventud comienza a formarse en la Academia de Arte de Kassel, de la que es expulsado por denunciar los límites artísticos del academicismo.

Su perspectiva está marcada por el movimiento expresionista y las revolucionarias  ideas de la escuela de construcción y experimentación artística de Weimar, conocida como Bauhaus. Testigo de dos guerras mundiales, ejerce el periodismo en los convulsos años del nazismo y padece la devastación material y moral de la postguerra. En ese contexto, comprende el engaño de cualquier dogma y guiado por un profundo espíritu libertario abraza la incertidumbre como fundamento creativo: “Cada día pintar es un salto al abismo”, afirma el artista.

En tiempos en que emerge cierta estética germanista como representación del nacionalsocialismo de Hitler, Saemisch contrapone a la exaltación patriótica y la propaganda supremacista la observación profunda de la condición humana y la expresión de las formas esenciales del mundo natural, este camino lo conduce de la figuración a la abstracción. En el mismo sentido que sus contemporáneos, a partir de la observación del comportamiento físico de las partículas en tanto materia y energía, el artista se propone revelar “la naturaleza íntima de la vida” a partir del conocimiento y expresión de sus formas primigenias. Para plasmar ese proceso, practica técnicas orientales de pintura que privilegian el trazo directo, limpio y concentrado del pincel entintado sobre el papel japonés.

En 1963 se casa con la estudiante mexicana de letras alemanas Gertrudis Zenzes y con ella emigra a México, donde se encuentra con la inmensa riqueza cultural de estas tierra, en especial con la prehispánica.

Si las vanguardias europeas habían sido fundamentales en el desarrollo de su expresión artística, la luz de México, el color, la naturaleza y las expresiones culturales de sus pueblos, guiaron su exploración estética cuando viene a vivir al entonces pequeño poblado de Valle de Bravo, en las montañas del Estado de México. Alguna vez conversó ahí, cerca del lago, con su gran amigo y poeta David Huerta, a quien le dijo: “Trabajé toda mi vida en la búsqueda de estructuras claras, lúcidas y transparentes”. Huerta responde a esta afirmación: “Es fácil ver a través de la transparencia, no lo es ver la transparencia. Ella está en todo el arte de Ernesto Saemisch.”

De vuelta al bosque y la montaña, ya no de Alemania sino de México, Saemisch descubre a nuestros artistas: “Siento las influencias de México que emanaron sobre mí: mi admiración e inclinación hacia Orozco y Tamayo.” Con esta exposición, la obra del artista alemán se presenta en la cuna del movimiento mural, lo cual propicia un nuevo diálogo no sólo con la obra de su querido José Clemente sino con la de los otros fundadores del muralismo y la escuela mexicana de pintura.

Esta exposición, curada por el director de arte cinematográfico Eugenio Caballero—El laberinto del fauno, Roma, Bardo, entre muchas otras producciones—, se estructura a partir del vínculo entre la vida del artista y las distintas etapas  que van construyendo su obra; la muestra revela  la relación entre el intenso     y complejo contexto histórico en que se desenvuelve el pintor y los caminos creativos con que responde a sus circunstancias. El diseño museográfico, realización del también director de arte Canek Saemisch, hijo del artista, se propone acentuar dicha narrativa.

La obra de Ernesto —como lo llaman sus amigos mexicanos— es la manifestación radical de un artista que vuelve a encontrar en la naturaleza el sentido que la humanidad añora, busca y necesita. “Saemisch quiere celebrar. Es su auténtica decisión, una y otra vez, siempre, afirmar la vida. Afirmarla frente a la vocación de muerte propagada por las fuerzas de la destrucción”, escribe el ensayista Jorge Juanes.

El Colegio de San Ildefonso desea que la presente muestra permita vislumbrar hasta qué punto esta celebración es mucho más que un cambio en el sentido de la mirada —de la polis a natura, de lo figurativo a la abstracción, del ruido al silencio—, pues en última instancia se trata de una forma poética de pensar, y también de meditar, capaz de abrir caminos de liberación para el ser humano frente al cautiverio que imponen los laberintos trágicos de la historia.

EDUARDO VÁZQUEZ MARTÍN

Coordinador Ejecutivo del Colegio de San Ildefonso