El impacto que provoca la obra de vidrio de Rafael Cauduro es enigmático. El vidrio se integra, se disfraza de cosa, se da por hecho. Su naturaleza de objeto se impone, y esto le permite convivir don disimulo con las personas, adecuarse al paisaje visual del mirante. Es preciso que la vista caiga por casualidad ahí por un rato, como si, fatigada de tantos estímulos, se detuviera confiada sobre ese objeto, hasta que, de pronto, en un chispazo de iluminación o bien por un nuevo azar, el mirante se pregunta ¿qué es esto? ¿cómo está hecho? Es entonces cuando la percepción se activa.