Contar una historia en un espacio de colores, de formas, de sueños y que están inspirados muchos en la literatura o en la vivencia personal cotidiana."
Sergio Hernández
Popol Vuh
“Esta es la relación de cómo todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio; todo inmóvil, callado y vacía la extensión del cielo. […] Tepeu y Gucumatz hablaron, pues, consultando entre sí y meditando; se pusieron de acuerdo, juntaron sus palabras y su pensamiento. […] “Así fue la creación de la tierra, cuando fue formada por el Corazón del Cielo, el Corazón de la Tierra […] hicieron a los animales pequeños del monte, los guardianes de todos los bosques, los genios de la montaña, los venados, los pájaros, leones, tigres, serpientes, culebras […] guardianes de los bejucos.”
La imaginación de Sergio Hernández se ha nutrido de sueños propios y heredados. Objetos de la memoria que se evaporan hasta volverse símbolo. Mitos y pesadillas que se tuestan en arenas sin tiempo. Esqueletos que son esencia: persistencia más allá de la vida. Los trastos de la política, los cuentos de la historia no han sido los suyos. El tráfago del presente no aparece en su densa iconografía de ceremonias. Su lápiz, su pincel y su brocha han recreado esporas, greñas y caparazones. Fiestas, leyendas, poesía se transfiguran en su riquísimo vocabulario de surcos y pigmentos. Un breve recorrido de sus diálogos lo constata. Los sueños de la muerte de Quevedo y los relatos del Popol Vuh. Las guerras de Goya, la historia natural de Plinio el viejo, el ruedo del circo y los jardines del Bosco. Los usos, los abusos del poder apenas se habían asomado a la espesura de sus arquetipos. Habrá sido el 2006, el año del sitio de Oaxaca, el año de las barricadas y de la represión, lo que puso frente a sus ojos que la política puede ser una expansión de la pesadilla. En estos pasillos pueden encontrarse piezas que nombran poéticamente el presente: retratos de un tiempo bárbaro.
Jesús Silva-Herzog Márquez
Diez años antes de venir los españoles primeramente se mostró un funesto presagio en el cielo. Una como espiga de fuego, una como llama de fuego, una como aurora: se mostraba como si estuviera goteando, como si estuviera punzando en el cielo.”
Ángel Ma. Garibay y Miguel León-Portilla,
Visión de los vencidos: relaciones indígenas de la conquista
Relación de Michoacán
Sergio Hernández retoma las imágenes de la Relación de las costumbres y ritos y población y gobernación de los indios de la provincia de Michoacán hecha al Ilustrísimo don Antonio de Mendoza, virrey de esta Nueva España, elaborado en el siglo XVI por el fraile franciscano Jerónimo de Alcalá con ayuda de viejos sacerdotes indígenas, en el que se describen las costumbres, las fiestas a los dioses y las hazañas del gran Señor Tariacuri, fundador del imperio purépecha.
El códice original está integrado por 44 láminas y dividido en 3 partes: de la primera únicamente se conserva una hoja; la segunda está basada en la historia mítica de los guerreros águila, los uacúsecha, y enumera los pueblos sometidos, las alianzas y vínculos entre vasallos y gobernantes, y la tercera explica la organización del gobierno, las costumbres, así como la conquista por parte de los españoles.
Sergio Hernández descifra el lenguaje de este antiguo libro con el fin de construir nuevas narraciones que plasma con técnicas como el grabado en aguafuerte, aguatinta y punta seca, en diálogo con episodios de la región purépecha, desde una óptica que los resignifica como hechos vivos.
En ésta y en otras aportaciones de Sergio, late, vive y perdura, la sabiduría de un arte que transmitía sentimientos, recuerdos, y reclamos de gentes que, a través de milenios, van enriqueciendo con su existencia la realidad de quienes trabajan y se afanan en el ámbito más grande de un mundo que también se halla anhelante de justicia, libertad y belleza.”
Miguel León-Portilla,
“El Códice de Yanhuitlán y el de Sergio Hernández”, 2016
CÓDICE HERNARDINO O YANHUITLÁN
El Códice Yanhuitlán se encuentra separado en tres series que relatan los principales acontecimientos históricos ocurridos entre 1521 y 1560 en la región mixteca: el proceso inquisitorial contra el cacique Domingo de Guzmán y dos “principales” de Yanhuitlán, así como la construcción de la iglesia y el convento, los tributos entregados y otros litigios. El códice reúne dos códigos de lenguaje, glifos calendáricos y toponímicos indígenas, junto a la escritura alfabética, lo que generó nuevas formas de representación del espacio, del tiempo y de la figura humana.
A partir de este documento, Sergio Hernández plantea la posibilidad de despertar nuevas interpretaciones de la historia desde el campo del arte moderno, para ello utiliza una técnica mixta sobre lino, creta —piedra caliza—, empleando pigmentos como el lapislázuli, la malaquita, el cinabrio, el grafito y la hoja de oro.
Yo me vine muy niño a la Ciudad de México, entonces olvidé mi pasado inmediato, tenía 8 años. Volví cuando tenía 28 o 30 años […] Ya no vuelves a tus orígenes, ya no eres el mismo. […] cada vez estás impregnado de lugares tan lejanos y tan cercanos […] me molesta mucho pertenecer a un lugar […] soy un indocumentado.”
Sergio Hernández
JUÁREZ
El artista deja constancia de su tiempo y por eso no puede más que denunciar el engaño, la arbitrariedad y el crimen que se adueñan de México. Tres personajes se incorporan a su universo visual. Juárez, Pinocho, el ajolote. Un monumento patriótico, un muñeco mentiroso, una salamandra que no crece. Los vemos aquí brincando de un cuadro a otro, jugando entre ellos. El pellizco de la ironía, del humor y también el látigo de la indignación están presentes en todos ellos. Juárez no es la montaña imperturbable que nos contempla. Es un Juárez peregrino, un niño que camina, un joven errante, un estadista que no abraza la constitución ni traza el horizonte porque anda cargando petates.
Jesús Silva-Herzog Márquez
Cuando pones una gota en el papel aparece el inconsciente.”
Sergio Hernández
Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO)
Su pintura de pronto se vuelve denuncia, sin perderse como creación. La violencia, la mentira, los abusos se asoman en la expresión reciente de Sergio Hernández con una contundencia extraordinaria. Los helicópteros de un sátrapa que lanzaban gases lacrimógenos sobre la ciudad son moluscos y escarabajos que, desde el cielo, arponean pulmones y corazones. La mancha que es México, sangra y llora. Lejos del panfleto, el tallador trasforma la rabia y la desolación en arte.
Nuestra sombra es de sangre porque el único rostro distinguible es el perfil de un arma. Todo es borroso; solo en la pistola hay nitidez. Reflejo perfecto de un país, al mismo tiempo, inerme y despiadado. Nos mira una constelación de víctimas. Pisamos polvo de muertos. Las tres estelas del Muro de la ignominia captan el duelo por la violencia del poder. El tríptico despliega una osamenta que es de México entero. En el país de las fosas clandestinas, en el país del “exceso de mortalidad,” Sergio Hernández da sepultura a los muertos con tierra de cielo. No los cuenta, los nombra.
Jesús Silva-Herzog Márquez