Por su parte, el investigador Miguel Barbachano Ponce comenta que “es justo recordar que los historiadores consideran que el arte del video nació en 1967, en la ‘exclusiva’ Cinemateca de Cineastas de Nueva York, fundada y dirigida por el cineasta independiente Jonas Mekas; año en que el músico coreano Nam June Paik realizó un happening que, evidentemente, fue registrado por una videocámara”. Y agrega Barbachano Ponce “a partir de entonces, las posibilidades de provocar una pulsión estética a través de las singulares ofertas visuales del video quedaron fundamentadas”.

Sin embargo, no sería hasta 1974 –explica Laura Baigorri, investigadora de la Universidad de Barcelona–, cuando las obras videográficas conseguirían su pequeño espacio en el mercado del arte (distribuidoras, revistas, festivales y bienales) gracias al proceso de legitimación llevado a cabo, sobre todo, desde las instituciones museísticas; un proceso que, por otra parte, nunca fue desinteresado: “es importante considerar que sólo un arte legítimo es susceptible de reportar beneficios”, señala.

“Desde sus inicios –afirma Barbachano Ponce–, dos orientaciones caracterizaron al videoarte. En la primera, los artistas empleaban las cámaras de video como simples instrumentos de grabación, para registrar acciones
–happenings o performances– que hasta entonces sólo contaban con documentación textual o fotográfica. La otra tendencia, privilegió la investigación experimental brindada por las nuevas tecnologías: la herramienta se convertía en complejo medio artístico que podía ser manipulado como un material pictórico o escultórico.”

David Ross, curador general de la Unidad de Proyectos Especiales (UPX) del Conaculta, señala que aunque los medios audiovisuales han crecido y madurado, desde la radio y el cine hasta el Internet, lo fundamental continúa siendo el contenido, pues la tecnología es sólo la herramienta; y concluye “la esencia es la imaginación artística, la estética del autor”.