Como en los viejos altares de Dolores donde se buscaba
distraer a la Virgen de su dolor
acompañar a las dolorosas contemporáneas
madres que no sólo se duelen y lloran
que gritan, se defienden con los brazos en alto
dolorosas que, con el máximo dolor en el pecho,
salen a las calles y reclaman.
Un altar para animarlas con flores y con la incandescencia de las velas
encendidas por el dolor de todas.
Porque nos volvemos la misma a la que han violado
la misma a quien se invade, se sangra o se ignora
la misma a quien se aterra, se subyuga o se desaparece.
En el altar, las lágrimas que ya se han roto una y otra vez
renacen en la tierra
se siembran en la conciencia y en la memoria
se trata de sublimar
con sus imágenes, brillo, música y bálsamo de colores.
Para no ser cómplices
para unirnos a sus lágrimas,
que beberemos y enjugaremos en esta minúscula metáfora de su historia
que es de tantas dolorosas
que hoy no se quedan calladas con el puñal enterrado
que gritan y llevan los rostros de sus hijos por las calles
que luchan por los suyos , pero sobre todo,
¡Para que no siga sucediendo!